Dones del Espíritu Santo

Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma, para secundar con facilidad las mociones de ese mismo Espíritu.

 

Es como un instinto sobrenatural que coloca Dios en la mente y el corazón de la persona que, despojada de sí misma y del apego desordenado a las cosas y a las personas, vacía de sí y de su egoísmo personal, puede sentir las mociones de Dios a través de su Espíritu, y seguirlas dócilmente.

 

Así como las virtudes cardinales y morales se basan en la razón iluminada por la fe internamente, y son por consiguiente a modo humano, ya que es la persona que actúa iluminada por lo que cree con su inteligencia, secundando esta iniciativa Dios con su gracia, en este caso es Dios quien actúa como causa externa, y la persona quien sigue la moción divina, por lo que los actos que producen los dones ya no son al modo humano, sino al modo divino o sobrehumano.

 

 

Sabiduría:

La sabiduría "es la luz que se recibe de lo alto. "Un cierto sabor de Dios" (Sto Tomás), por lo que el verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las vive “Nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. 

 

 

Inteligencia

(Entendimiento):

Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas. Mediante este don el Espíritu Santo, comunica al creyente una chispa de capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios.

 

 

Consejo:

Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma.  El cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña.

 

 

Fortaleza:

Fuerza sobrenatural para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida.  Para resistir las incitaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Es la virtud de quien actúa rectamente en el cumplimiento del propio deber.  La timidez y la agresividad son dos formas de falta de fortaleza

 

 

Ciencia:

Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Gracias a este don el hombre no estima las criaturas (las cosas. el dinero, la tecnología, la naturaleza...) más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida. Ve las cosas como manifestaciones verdaderas, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, traduce este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias, le empuja a volverse con mayor Ímpetu y confianza a Aquel que es el único que puede apagar plenamente la necesidad de infinito que le acosa.

 

 

Piedad:

 Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre. La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oración. La ternura, como apertura fraterna hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre.  Este don extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón.

 

 

Temor de Dios:

Temor a ofender a Dios, humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad. El crecimiento en los Dones del Espíritu Santo forma en el alma perfecciones llamadas Frutos del Espíritu Santo

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