El Espíritu Santo

1.   Una promesa cumplida.

¡Qué pocas personas tienen la entereza de sostener su palabra y de cumplir lo que han prometido! Y lo notamos más cuando lo prometido es ayuda, apoyo, solidaridad...

Pero Dios siempre ha cumplido sus promesas. El Espíritu es la gran promesa de ayuda, de fortaleza y de consuelo prometida por Jesús, y cumplida para todos nosotros.

 

2. Recibimos la fuerza de lo Alto.

El Antiguo Testamento nos revela la presencia y la acción del Espíritu de Dios. Está presente en la creación, en la acción de los profetas y en su pueblo elegido. El es el que a través de muchas formas va preparando la venida del Mesías y es finalmente quien lo hace presente en Jesús, plenitud de la Historia de la Salvación (Sofonías 2,3,-lsaías 61,1-2;Lucas 4,18-19).


En los textos profeticos del Antiguo Testamento encontramos la promesa de una manifestación del Espíritu de Dios: Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo... Infundiré mi espíritu en ustedes para que vivan según mis mandatos y respeten mis órdenes (Ezequiel 36,26-27),


Esa promesa se cumple plenamente en Jesucristo, ya que toda su vida fue animada por el Espíritu. Pero Jesús va a comunicar "en plenitud" ese mismo Es­píritu a la Iglesia, representada en los apóstoles el día de Pentecostés (Hechos 2,17-21), En efecto, en el acontecimiento de Pentecostés, el Espíritu irrumpió, dando inicio a una historia nueva en la vida de la humanidad.

  

Si hacemos silencio en nuestro corazón, tratando de escuchar a Dios, constataremos que efectivamente el Espíritu Santo permanece en nosotros, nos habla y nos va indicando con su propio lenguaje el camino para seguir a Jesús y no a nuestros caprichos personales. (El problema es abrirse realmente al Espíritu para no confundir su voz con la nuestra). El apóstol Pablo nos advierte: Pero ustedes no viven entregados a tales apetitos, sino que viven según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que no pertenece a Cristo (Romanos 8,9).

 

 

¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad. Es el regalo del Resucitado que hace posible nuestra familiaridad con Dios (Galatas 4,4-6). Y hace posible que nos entendamos y podamos vivir en unidad. Es Dios, igual que el Padre y el Hijo, y por lo tanto, no es visible a nuestros ojos. Por eso, la experiencia de su acción es tan íntima y tan personal, que sólo a través de comparaciones podemos expresar la experiencia interior de su presencia.


Es por ello que en la Sagrada Escritura aparecen ''figuras" que hacen refe­rencia al Espíritu Santo y que expresan para los oyentes de la Buena Nueva un sentido nuevo y específico de su presencia. De manera que, cuando se desea explicar que el Espíritu Santo es el dador de todos los dones, se le asocia con lenguas de fuego. Cuando se habla del Espíritu que anima, transforma y fortalece, se le describe como un viento fuerte. Cuando se quiere manifestar su presencia divina y su apoyo, se le compara con una paloma; y cuando se asocia con su acción santificante, dadora de vida y de esperanza, se le presenta en forma de agua.


Cada uno de estos signos, tomados de los elementos de la naturaleza, indican formas distintas de su presencia en la creación, en la vida de Jesús y en el camino de la Comunidad Cristiana.

 

 

 

Señor y dador de vida

Leer: (Juan 7, 37-39).

 

Cuando en el Credo decimos: creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, lo que expresamos es lo mismo que nos ha dicho Jesús: que Dios es la única fuente de la vida. Así se lo manifestó a la samarítana, cuando le ofreció una agua que brota para la vida eterna (Juan 4,14), y a Nicodemo, cuando le anunció la necesidad de nacer de nuevo de agua y de Espíritu (Juan 3,5),

El Espíritu Santo es nuestra vida, porque de Él dependen la creación, el perdón de los pecados, la liberación del poder de la muerte, la gracia, la Iglesia  y los sacramentos. Gracias a esta fuerza del Espíritu Santo, los hijos de Dios podemos dar frutos de vida eterna. El que nos ha injertado en la "Vid Verdadera" hará que demos e! fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabi­lidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza (Calatas 5,25). Por eso, el Es­píritu es nuestra Vida.


Si el Espíritu Santo es dador de vida, los cristianos necesitamos de su pre­sencia en nuestros corazones, para que la vida de Dios:

• anime nuestra existencia,

• nos ayude a discernir lo mejor,

• nos fortalezca para emprender todo lo que Dios quiera de nosotros.

 

El Espíritu Santo restaura la unidad. La primera manifestación concreta del Espíritu enviado por el Padre y el Hijo es la unidad de los discípulos, expresada en la fe, en la comunión, en la oración, en la escucha asidua de la Palabra y en la celebración de la Eucaristía, ya que acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones. Usted puede ampliar el conocimiento y comprensión de este relato, a través de la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2,42-44; 4,32-35.

 

La gran obra realizada por Jesús no ha consistido solamente en regenerar al ser humano con la redención, sino también en congregarlo en la unidad.


La Eucaristía es, en la Iglesia, el sacramento que expresa esa profunda unidad que existe entre Dios y nosotros. Todo esto es obra del Espíritu, porque Él es principio de unidad en la Iglesia y en toda la humanidad (Efesios 4,4-5).