Obras de Misericordia

Las “obras de misericordia” son un hermoso catálogo de acciones, o de sentimientos y actitudes, que hacen efectivo y concreto el precepto del amor fraterno, distintivo de los cristianos.

 

La Iglesia nos propone practicar y vivir estas “catorce obras de misericordia” en todo tiempo y en toda ocasión.

Las ESPIRITUALES son éstas:

 

1. Enseñar al que no sabe.

 

Es una importante obra de misericordia, pero a veces nos gusta tanto que queremos dar lecciones a todos y no medimos la forma en que lo hacemos. Debemos practicarla con moderación y teniendo en cuenta la caridad.

 

Enseña, sí, al que no sabe, pero sin humillarle. Enséñale a saber. Y -no hace falta decirlo- para que sea obra de misericordia se necesita una condición: la gratuidad.

 

También es obra de misericordia: saber escuchar y agradecer lo que has aprendido.

 

 

 

2. Dar buen consejo al que lo necesita.

 

Cuando el otro te lo pida o lo quiera o de verdad lo necesite. Da un consejo, siempre que estés tú dispuesto a recibirlo. Un buen consejo, una palabra orientadora, puede ser luz en la noche, puede ahorrar muchos tropiezos y caídas, puede salvar una vida del fracaso y la desesperación.

 

 

 

3. Corregir al que se equivoca.

 

La corrección fraterna es una obra de misericordia, cuando se hace desde la humildad y desde el amor.

 

Desde la humildad, reconociendo que también nos equivocamos.

Desde el amor, no para herir al hermano sino para salvarle. Y hacerlo cariñosa, delicada y simpáticamente.

 

 

 

4. Perdonar las ofensas.

 

Es lo más difícil. Somos tan propensos a la venganza y el resentimiento. Esta es una de las obras de misericordia más cristiana.

Perdona, aunque la ofensa te duela mucho. Perdona setenta veces siete. Perdona, si puedes, hasta olvidar. Perdona y ama. Y perdónate también a ti mismo.

 

 

 

5. Consolar al que está triste.

 

Nosotros tenemos que ser un ángel del consuelo, como el que se acercó a Jesús en su agonía, y escribir cada día alguna página del libro de la Consolación. Son muchas las personas que sufren la tristeza, a veces por cosas bien pequeñas. ¡Resulta tan fácil y tan bonito hacer felices a los demás!. Podría bastar una palabra, una sonrisa, una explicación, un desahogo, un gesto de cariño.

 

El que consuela se parece a Dios, que se dedica a enjugar las lágrimas de todos los rostros.

 

 

 

6. Sufrir con paciencia las flaquezas de nuestro prójimo.

 

Damos por supuesto que todos tenemos flaquezas.

 

Llevar con paciencia las flaquezas del prójimo –y las tuyas-. Te ayudará a crecer en el amor y la misericordia. Como Dios, que tiene paciencia infinita con nosotros. Y llévalas también con humor.

 

 

 

7. Rogar a Dios por los vivos y difuntos.

 

Rezar no es una rutina. Rezar es amor. Cuando rezas por alguien te solidarizas con él, lo quieres como a ti mismo. No rezas para ablandar el corazón de Dios, sino para agrandar el tuyo. Rezar es llenar tu corazón de nombres.

 

Rezar por los demás te hace bien a ti mismo, porque te ayuda a amar y te compromete para hacer realidad, en la medida de tus fuerzas, aquello que pides.

 

Ruega a Dios por los vivos y difuntos y sentirás cómo crece la comunión de los santos.


Las CORPORALES son éstas:

 

1. Visitar y cuidar a los enfermos.

 

No desde lejos, ni por cumplir. Es algo que signifique cercanía y compasión. Una visita supone comunicación, ayuda, cuidado, ternura, consuelo, confianza. Son partecitas del cuerpo doliente de Cristo.

 

 

 

2. Dar de comer al hambriento.

 

Hay que compartir el pan -¡hay tantas hambres!-. Pero no basta. Hay que hacerse pan y pan partido, como hizo nuestro Señor Jesucristo. El pan es fraternidad y es vida. El pan partido y compartido es amor.

 

 

 

3. Dar de beber al sediento.

 

Dar un vaso de agua es fácil y es bonito. Saciar otra sed más profunda es difícil. Saciar la sed definitivamente es imposible, esa sed sólo la sacia el Señor, por eso a estos sedientos hemos de mostrarles el camino para llegar a Él.

 

 

 

4. Dar posada al peregrino.

 

Acoge al que llama a la puerta de tu casa, pero no sólo materialmente sino cordialmente. Todo el que se acerca a ti es un peregrino, que a lo mejor sólo te pide una palabra, una sonrisa o una escucha. Acoge con prudencia.  Acoge con sentido común.

 

 

 

5. Vestir al desnudo.

 

Además de la vestidura material hay otro tipo de vestidura: la del honor, el respeto, la protección.

 

Siempre tendrás que cubrir la desnudez del prójimo con el manto de la caridad.

 

Pero hay algo mucho más grave que no vestir al desnudo; es el desnudar al vestido. Esto es ya tema de justicia. Son millones los que por lujuria estamos desnudando. “Si, pues, ha de ir al fuego eterno aquel a quien le diga: estuve desnudo y no me vestiste, ¿qué lugar tendrá en el fuego eterno aquel a quien le diga: estaba vestido y tú me desnudaste?” (San Agustín).

 

 

 

6. Visitar a los presos.

 

No está en nuestras manos sacar a los presos de la cárcel; pero sí podemos aliviar y orientar a los presos que están en la cárcel. No podemos quitar las esposas de las muñecas; pero sí podemos quitar las cadenas del alma. 

 

Hay muchas cárceles y esclavitudes íntimas. Es tarea nuestra, es obra de misericordia, liberar a todos los cautivos: desde el preso al drogadicto, desde el avaricioso al consumista, desde el lujurioso al hedonista…

 

 

 

7. Enterrar a los muertos.

 

De esto ya se encargan las funerarias. Tú envuelve a los difuntos en la oración esperanzada, en el amor y el agradecimiento.

El problema está más no en los que se van, sino en los que se quedan. La muerte de un ser querido deja casi siempre heridas sangrantes. Es una obra de misericordia estar cerca de los que sufren por estas muertes.

 

Cuando damos el pésame o “acompañamos en el sentimiento”, que no sea una rutina o una palabra vacía.

 

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